Los secretos islámicos de Marsella
Entre sus calles se respira a mar mediterráneo, pero en sus callejones huele a comino usado por los restaurantes de origen magrebí que imperan en la ciudad. Marsella es barata y amable. Su gente suelen saludarse y el respeto impera entre los originarios de migrantes y los autóctonos.
A simple vista es una ciudad más del mediterráneo, calles estrechas, buena gastronomía y cultura de mar. Sin embargo, su pasado histórico la convierte en la capital económica de la Francia colonial y puedes trasladarte al norte de África cruzando entre sus avenidas.
Su gran puerto fue antaño, aún lo es hoy, el nexo de unión con las antiguas colonias de Francia en el norte de África y eje principal de conexión con Argelia y Túnez. Por ello no es de extrañar que la ciudad se asemeje más a la urbe de Argel que a otras ciudades mediterráneas del norte.
Su conexión con Argel, gran colonia francesa en el Magreb, han transformado a Marsella en una ciudad magrebí, muchos la llaman petit Magreb, y es que es fácil comprar los productos típicos de Argelia incluso las clásicas chilabas y babuchas. La gastronomía se asemeja, ya no solo por los vínculos de Francia y Argelia, sino también por el nexo del ferri entre Marsella y Argel.
En la actualidad Marsella es el escenario de uno de los mayores experimentos de integración religiosa del mundo, ya que sus vínculos con el norte de África, y en concreto con el Islam, le han forzado a convivir juntas las tres religiones monoteístas más extendidas.
Marsella es la segunda urbe más poblada de Francia y según datos demográficos podría convertirse dentro de pocos años en la primera ciudad de mayoría musulmana de Europa occidental. Y es que casi la mitad de los 850.000 habitantes de Marsella son musulmanes, la mayoría de origen argelino y tunecino.
Pero, Marsella es también una ciudad oscura y con fuerte tradición contrabandistas. Es muy habitual encontrar tabaco argelino entre sus calles, drogas blandas como hachís e incluso si profundizas puedes encontrar armas, 400€ por un Kalachnikoff.
Además, las segundas generaciones de hijos de migrantes se han convertido en los últimos años en ultranacionalistas, y en mi estancia en la periferia de la ciudad logré visitar un área chabolista de rumanos que fueron expulsado por los vecinos de origen magrebí, tras quemar su casas de maderas.
En definitiva, la agridulce Marsella es un símbolo de integración pero también un foco de desarraigo cultural que convive con la cultura mediterránea y las religiones, Marsella es un tamiz donde entra todo y siempre se mezcla.