Inmigración

Salto a Lampedusa

Fachada del Centro de Retención Administrativa de Marsella. / S.R
S. RODRIGO / MARSELLA

Son las diez y media de la mañana. Marsella. Muy soleado. En la sala de espera hay una mujer rubia fumando. Está esperando a su pareja Aiut.

Este joven de origen tunecino está siendo trasladado al juzgado para asuntos migratorias integrado en el Centro de Retención Administrativo de Marsella (CRA). Los agentes nos hacen pasar a la chica, testigo en el juicio, a mi compañero de Le Monde y a mí.

Cacheo ordinario como en todos los CRA de Europa. “Móviles, cámaras y grabadoras fuera” comenta el agente que nos permite entrar en el juicio pero que no nos quita el ojo de encima. La jueza nos menciona, “los periodistas no podrán hacer preguntas”.

Al minuto llega Aiut, este había sido detenido semanas antes en Gap, región francesa a menos de dos horas de la frontera con Italia, donde trabajaba desde hace seis meses como albañil pero sin legalizarse. Se le acusa de falsedad documental y de permanecer en el país sin documentación en regla.

Y es que Aiut fue uno de los miles de jóvenes que durante la Revolución de los Jazmines en Túnez tomó una patera para arribar a la isla italiana de Lampedusa. Allí permaneció durante meses y el junto a sus compatriotas originaron una de las peores crisis en la política italiana. Berlusconi, primer ministro en el momento, tomo la opción más rápida. Este otorgó documentos personalizados, similares a la tarjeta de residencia que les permitía durante varios meses moverse por toda Italia con el fin de volver a Túnez o regularizarse.

Aiut permaneció en Italia, y luego viajó a Francia. Solo viajaba con su documento italiano, ya caducado, pero la jueza asegura que su rostro no coincide con el documento, y no pose otro en su propiedad. Al parecer olvidó su pasaporte en Túnez.

El joven italiano apenas llega a los treinta años, y aunque logra defenderse, su abogado empeora las cosas basando su defensa en un caso humanitario, que la jueza desestima. Groso error ya que Aiut se mostro benevolente a la hora de acudir a su embajada para solicitar un pasaporte y hablar con su patrón con el fin regularizar su empleo.

Ahora Aiut tiene una orden de expulsión y tendrá que volver a Túnez, sino volverá a cometer otro delito y regresar a un CRA, donde estuvo internado y de donde otros internados no cuentan maravillas. Eso sí, en comparación con los andaluces el centro está pulcro, nuevo y con instalaciones recreativas, espacio muy alejados de los ruinosos edificios de La Piñera y Capuchinos.

Inmigración

Los secretos islámicos de Marsella

Musulmanes rezan el viernes cerca de la gran mezquita de Marsella. / I.E
Musulmanes rezan el viernes cerca de la gran mezquita de Marsella. / I.E

Entre sus calles se respira a mar mediterráneo, pero en sus callejones huele a comino usado por los restaurantes de origen magrebí que imperan en la ciudad. Marsella es barata y amable. Su gente suelen saludarse y el respeto impera entre los originarios de migrantes y los autóctonos.

A simple vista es una ciudad más del mediterráneo, calles estrechas, buena gastronomía y cultura de mar. Sin embargo, su pasado histórico la convierte en la capital económica de la Francia colonial y puedes trasladarte al norte de África cruzando entre sus avenidas.

Su gran puerto fue antaño, aún lo es hoy, el nexo de unión con las antiguas colonias de Francia en el norte de África y eje principal de conexión con Argelia y Túnez. Por ello no es de extrañar que la ciudad se asemeje más a la urbe de Argel que a otras ciudades mediterráneas del norte.

Su conexión con Argel, gran colonia francesa en el Magreb, han transformado a Marsella en una ciudad magrebí, muchos la llaman petit Magreb, y es que es fácil comprar los productos típicos de Argelia incluso las clásicas chilabas y babuchas. La gastronomía se asemeja, ya no solo por los vínculos de Francia y Argelia, sino también por el nexo del ferri entre Marsella y Argel.

En la actualidad Marsella es el escenario de uno de los mayores experimentos de integración religiosa del mundo, ya que sus vínculos con el norte de África, y en concreto con el Islam, le han forzado a convivir juntas las tres religiones monoteístas más extendidas.

Marsella es la segunda urbe más poblada de Francia y según datos demográficos podría convertirse dentro de pocos años en la primera ciudad de mayoría musulmana de Europa occidental. Y es que casi la mitad de los 850.000 habitantes de Marsella son musulmanes, la mayoría de origen argelino y tunecino.

Pero, Marsella es también una ciudad oscura y con fuerte tradición contrabandistas. Es muy habitual encontrar tabaco argelino entre sus calles, drogas blandas como hachís e incluso si profundizas puedes encontrar armas, 400€ por un Kalachnikoff.

Además, las segundas generaciones de hijos de migrantes se han convertido en los últimos años en ultranacionalistas, y en mi estancia en la periferia de la ciudad logré visitar un área chabolista de rumanos que fueron expulsado por los vecinos de origen magrebí, tras quemar su casas de maderas.

En definitiva, la agridulce Marsella es un símbolo de integración pero también un foco de desarraigo cultural que convive con la cultura mediterránea y las religiones, Marsella es un tamiz donde entra todo y siempre se mezcla.